Suárez, a través del tiempo
Costaba imaginar cómo era en los últimos tiempos. La huella que habría dejado en su rostro la desesperación, al ver su vida consumirse en la cárcel. Y después, ya recuperada la libertad pero no la juventud, qué imagen se grababa en la retina de quienes le miraban mientras él les retrataba. Costaba imaginar cómo era una vez que las dificultades, antes que el tiempo, habían arrugado su mirada.
No había muchas pistas. El carnet honorífico que los fotoperiodistas asturianos le confeccionaron en junio de 2011, a modo de tributo, lucía una fotografía en blanco y negro tomada en 1920. Suárez tenía 21 años. Y con ese semblante juvenil mira a los curiosos que se acercan a leer la placa que, desde entonces, le recuerda en un diminuto parque del barrio de El Coto, en Gijón. Parque que lleva su nombre.
El fotógrafo no sale en la foto. No es noticia, es necesidad. Es ley en su profesión. El hombre de la cámara está detrás del objetivo y dispara. Congela el tiempo y preserva la historia.
Cierto que, con las fotos que hace y las que deja de hacer, va dejando un rastro que cuenta su propia vida. Tirando pacientemente de ese hilo se puede desenredar su historia. Y si hay más hilos de los que tirar se podrá tejer una biografía. Un relato adornado con vicisitudes que dan emoción y lustre a las tediosas fechas y los rutinarios hechos. A más personajes, más vida, más interés, más emoción.
La mirada perdida de Suárez
Pero esa historia no revela el rostro del protagonista. Conocemos como vivía y lo que hacía pero… ¿Cómo miraba? ¿Cómo sonreía? ¿Cómo reflejaba su semblante el mundo que le rodeaba?
De Suárez no se conservan más que un puñado de fotos, incluidas en su archivo del Muséu del Pueblu d’Asturies. Las más antiguas conocidas hasta ahora le mostraban de veinteañero. En las más famosas, posa para retratos de estudio, que replican los que él mismo hacía por entonces. Así comenzó, como retratista.
AÑOS VEINTE
Fotos Muséu del Pueblu d’Asturies
De sus treinta y tantos, hay dos estampas. Una prebélica, trajeado, serio, en la playa. Otra, de la época en la que recorría los frentes de guerra, con boina, sin corbata. Esta última ni siquiera está identificada, Su nombre no aparece en la descripción adjunta en su archivo, aunque Suárez la reconoce como propia con un escueto ‘yo’ en su inventario de clichés. Es uno de esos retratos suyos que pasan desapercibidos entre sus miles de fotografías. Pero no hay duda: es él quien sonríe a la cámara.
AÑOS TREINTA
En la playa de San Lorenzo, en 1933
En 1937, fotógrafo en el diario Avance
Fotos Muséu del Pueblu d’Asturies
De los años cuarenta, y de sus cuarenta, pues su historia corre con el siglo XX, se conocen dos fotos. En ambas le acompaña su cámara y es visible la huella de los trabajos y los tiempos: está delgado y desmejorado, pero sonriente. Son de 1942. Ya ha conocido la cárcel y pronto estará de vuelta en ella. Mientras, se gana la vida como fotógrafo ambulante ilegal, sin licencia para ejercer. La vida se lo pone difícil, pero sabe ocultárselo a la cámara.
AÑOS CUARENTA
Fotos Muséu del Pueblu d’Asturies
Hay una más. Y es la que mejor cuenta esta historia. En ella, Suárez es un reflejo en un cristal en un autorretrato accidental. Quedó atrapado ahí mientras fotografiaba la biblioteca del Ateneo Obrero de Gijón, hacia 1931.
Y, para mí, eso fue Suárez durante mucho tiempo: una sombra, un fantasma. Porque a partir de 1942 y hasta su muerte en 1983, su imagen se borra. No hay más fotos del fotógrafo. Y comprobar si existía alguna, si alguien conservaba un retrato del retratista, se convirtió en un proyecto dentro del proyecto. Un reto, porque no solo no había un papel fotográfico que hubiera atrapado su imagen. Tampoco nadie parecía conservar el recuerdo preciso del rostro.
Quienes le trataron en su última época hacían descripciones vagas: usaba gafas y peinaba hacia atrás su pelo blanco y aún abundante. Tenía buena presencia. Y poco más.
¿Cómo era el Suárez que padeció la cárcel, recorrió las ferias y mercados haciendo retratos y se hizo anciano batallando por los derechos de sus fotografías? Ponerle rostro al fotógrafo gijonés ha llevado años. Hubo que seguir su rastro a partir de sus fotos. Escudriñar sus anotaciones en los inventarios de clichés. Analizar sus escritos al pie de las imágenes, en el reverso de las copias y en las páginas de sus libretas de recuerdos. Peinar las hemerotecas, recorrer los registros y reconstruir, en la medida de lo posible, su vida.
Y así surgió una persona que aparentemente no existía. Un sobrino desconocido que, desde Bilbao, descolgó el teléfono al que llamé, tras una infructuosa búsqueda a ciegas por las comunidades del exilio y la emigración.
UN REENCUENTRO INESPERADO
En octubre de 2022, José Antonio Garay Suárez y su mujer visitaron el parque del Fotógrafo Constantino Suárez, donde una placa recuerda al fotoperiodista.
José Antonio es hijo de una hermana de Suárez, Ángeles. Nacido y criado en el País Vasco, desconocía la proyección de su tío y que Gijón le recordara con una plaza.
Proyecto Suárez le localizó y le descubrió la historia de su tío Constantino.
El sobrino custodiaba el secreto del rostro de Suárez. Pero él no lo sabía. No sabía que existiera un secreto. No sabía que la vida de su tío era un enigma para él y motivo de curiosidad o interés para alguien. Él era guardián y víctima del misterio.
José Antonio Garay Suárez desconocía la temática y la importancia del trabajo de su tío. Ignoraba los motivos por los que había estado en la cárcel. Era ajeno a la dimensión pública y al reconocimiento del que goza el fotoperiodista en Asturias.
Todo había quedado oculto por el tabú familiar de la guerra y la cárcel. Le conté todo eso. Y él aportó los recuerdos, los objetos y los retratos que conservaba del tío. ¡Los retratos del tío, por fín!
Foto propiedad de José Antonio Garay
Eran unas fotos tomadas en el verano de 1959, en la playa San Lorenzo de Gijón. En esa época, Suárez estaba en libertad condicional, cumpliendo la última parte de su condena. Acababa de salir de prisión, después de quince años encerrado. Llevaba gafas, cierto. Conservaba el cabello, sí. Y tenía buena presencia. Mejor incluso que la de 1942.
A la izquierda, con su sobrino Josetxu. A la derecha, con su hermana y su cuñado. Fotos propiedad de José Antonio Garay
La descripción que me habían dado era correcta. Pero no suficiente para evitar la sorpresa: Suárez sonríe enfundado en un traje de chaqueta y corbata. Alrededor, los gijoneses alivian el calor en bermudas y camisa. El está fuera de lugar y de tiempo. Pero su lugar y su tiempo son mejores que los del resto. Se le ve esperanzado, sereno. Así de fotogénica es la libertad.
SUÁREZ, A LOS SESENTA
En agosto de 1959, Suárez lleva dos meses de libertad condicional. Había cumplido 15 años de pena por rebelión militar y aún le quedaban cinco, que pasará fuera de la cárcel.
En sus primeros paseos en libertad le acompañan su hermana Ángeles, su cuñado José Antonio y su sobrino Josetxu. Con ellos posa en las fotos conservadas por este último en su domicilio de Bilbao.
Gracias a ellas hemos puesto rostro al Suárez que ya ha cumplido sesenta años y que inicia una nueva etapa de su vida, por fin, en libertad. Para entonces había cumplido ya los sesenta años de edad.
Ese es el rostro que elijo ahora para imaginar a Suárez. Prefiero esa imagen, a pesar de que, más tarde, encontré otros retratos. De 1965 es la fotografía que acompaña al carnet expedido por el Ayuntamiento de Gijón, un documento cuya existencia se desconocía hasta su publicación en el episodio 10 de Proyecto Suárez. Esa cédula le devolvió a la legalidad, tras seis años ejerciendo de ‘retratero’ ambulante. Ahí también sonríe. Sin duda, confía en que, con ese carnet, las cosas van a ir mejor.
Hay una estampa que demuestra que no fue así. Que nada fue a mejor. En ella Suárez es anciano. La foto es muy similar a la del carnet. Cambian los ojos tristes y la expresión cansada. Al Suárez de la segunda imagen ya no le queda esperanza.
En Proyecto Suárez seguimos buscando imágenes del fotógrafo, instantes de su existencia en los que el objetivo le apunta a él y atrapa su imagen. Algunas han dormido décadas en cajones, olvidadas o ignoradas hasta que han llegado a nuestras manos.
Una de ellas le devuelve a la adolescencia, en un viaje atrás en el tiempo. Es un retrato desconocido hasta ahora. No está identificado, no hay inscripción en el reverso que ponga su nombre. Pero es Suárez quien mira desde el papel. Es el retrato más antiguo que conocemos hasta la fecha y aquí se muestra por primera vez.
Foto propiedad de S. A.
Seguramente hay más fotografías de Suárez dentro y fuera de su archivo y en copias repartidas entre particulares, pendientes de localizar o de identificar. Gracias al esfuerzo de investigadores y admiradores de la obra de Suárez, que siguen su rastro por las hemerotecas y dan cuenta periódica de ello en sus blogs y artículos, podemos seguir imaginando a Suárez a través del tiempo y reconstruir lo que sucedía delante y detrás de la lente fotográfica. A ese esfuerzo colectivo queremos sumarnos en Proyecto Suárez.